Revista de Política Latinoamericana - 2005.
Ética y Política
Una reflexión filosófica sobre la ética y la Política
Este trabajo trata
de establecer un nexo conceptual entre la Ética y la Política a partir de su
relación originaria en el pensamiento griego, y de manera particular, en la
filosofía de Platón y Aristóteles. La democracia, por su parte, es asumida aquí
no sólo como un sistema político, sino también como un sistema de valores,
estableciéndose, de esa manera, sus nexos tanto con la política como con la
ética.
A partir de estas
categorías generales se ensaya una interpretación de la política y la
democracia en América Latina, cuya era republicana se inició no sólo sobre la
fractura y contradicción entre el “mundo real” y el “mundo formal”, sino que
esa contraposición deliberada trata de ocultar de manera consciente, tras la
fachada del constitucionalismo democrático, las verdaderas intenciones de
autoritarismo, injusticia y discriminación que han caracterizado la historia
política, económica y social de América Latina.
Desde un punto de
vista más general, la reflexión política nos lleva a identificar el conflicto
Palestino-Israelí como el más sensible de la situación política mundial y del
cual irradian otros conflictos colaterales los que, no obstante, tienen su raíz
en el anterior. En el plano teórico se revisan brevemente las Teorías del Fin
de la Historia y Guerra de Civilizaciones, de Fukuyama y Huntingtun,
respectivamente, a las luces de realidades y temas como los de la globalización,
microsociedades y etnoculturas, entre otros.
La crisis de la
política, a consecuencia de las rupturas del tejido conceptual con el que
surgió en la Era Moderna y las posibles visiones y alternativas para
enfrentarla, nos lleva a un plano de reflexiones y proposiciones, que
desembocan en la búsqueda de referentes que nos permitan a partir de ellos la
construcción de un Nuevo Contrato Social Planetario.
La relación entre
la ética y la política ha sido siempre un tema inevitable por una razón
esencial: ambas, al menos en su sentido filosófico y desde su propia identidad,
tienden al mismo fin: el bien.
La política, desde
Aristóteles, en la obra del mismo nombre y del mismo autor, es considerada el
arte del bien común; la ética, carácter y comportamiento atribuible a una
comunidad determinada, la acción que persigue un fin. Ese fin es el bien. “El
bien es el fin de todas las acciones del hombre”, dice Aristóteles en las
primeras palabras que inician la Moral a Nicómaco o Ética
Nicomaquea (s/a).
Esta Magna Moral o
Ética Eudemia tiene a la felicidad como objetivo principal que conlleva la
virtud, sin la cual aquella no es posible. Por otra parte, la polis,
formada por la conjunción de la sociedad y del Estado, tiene un carácter, una
ética, que le es particular y que de alguna forma la prefigura. El ethos,
carácter pero también conducta, identifica (caracteriza) a una comunidad, a
una polis de la cual proviene.
En su sentido
etimológico y ontológico, ambos términos forman una unidad. No son la misma
cosa, pero cada uno de ellos es parte necesariamente complementaria de esa
unidad que es un todo, sólo posible por la convergencia y síntesis de sus
partes. Cada una de ellas, para formar su individualidad, necesita el
complemento de la otra.
Toda polis tiene
un ethos. En consecuencia, la política entendida como quehacer de
la polis, como desarrollo de un conjunto de tácticas y estrategias,
es el ámbito en el cual el ethos se realiza como ética. Por eso,
para los griegos, era un sinsentido la existencia de la política sin la ética,
porque toda política, debe ser una ética en su desarrollo. Entre ambas hay una
serie de nexos que hacen de ellas un complejo tejido: objetivo, intención,
adecuación entre medios y fines, justificación racional del porqué y para qué
de las acciones.
Estas ideas
elementales con las que los griegos fundaron la filosofía, la ética y la
política, siguen siendo la justificación racional y moral del poder, a pesar de
haber sido reiteradamente violentadas por los hechos. No obstante las repetidas
violaciones del poder a la razón y la ética, nunca antes, sino hasta ahora, se
ha pretendido justificar el poder por el sólo hecho de existir, mutilándolo de
todo referente moral, al elevar a la categoría de norma la afirmación de que
los hechos son en ellos mismos su propia moral y que lo que es debe ser.
Esta es la gran
ruptura ética de nuestro tiempo, que plantea un desafío que por su profundidad
y dramatismo no tiene precedentes desde el fin de la Edad Media, cuando el ser
humano respondió con la razón y el humanismo al gran vacío dejado por el fin de
una era. Aunque la separación entre la Ética y la Política está en el origen
mismo de la Era Moderna, El Príncipe de Nicolás de Maquiavelo
(1513), la Ética, que no es sujeto de su interés, sobrevive en otro plano
diferente al de la política, el de la esfera de la moral individual interior. A
pesar de ello, la Política, identificada a esas alturas exclusivamente con el
poder y desprovista de su objetivo teleológico y ético, el bien común, sigue
normada por el ejercicio de la voluntad.
Más profunda que
esa crisis que se produjo en los comienzos mismos de la Modernidad, es la que
se plantea hoy en un momento considerado para algunos el final de la Era
Moderna; pues aquí la Política no viene determinada más por la voluntad humana,
sino por el Mercado y sus infalibles leyes, que supuestamente gobiernan sin
necesidad de la participación de esa voluntad. El destino de la sociedad es así
transferido a un mecanismo automático ajeno al ser humano. He ahí el núcleo del
problema ético y político de nuestro tiempo.
Llegados a este
punto, establecidos en forma preliminar los conceptos de Ética y Política y la
radical ruptura que sufren a partir de la teoría y práctica de lo que hemos
llamado en otras ocasiones el Mercado Total, sigamos avanzando en nuestra
reflexión para aproximarnos cada vez más al concepto de Ética, primero, y de
Política, después.
Para Aristóteles en su Moral
a Nicómaco o Ética Nicomaquea, la “filosofía moral es la
indagación de la actividad humana, que, en su forma más desenvuelta, es Social
y Ética y puede por eso llamarse política en sentido amplio” (Salazar,
1997).Aquí Aristóteles, en su más ancho sentido, identifica Ética y Política.
Como dice Ángel Rodríguez Bachiller
en el Prólogo a la Ética de Spinoza, “La humanidad a través de toda
la historia ha concebido toda ética como un conjunto de normas reguladoras de
la conducta” (Rodríguez, 1996). La Ética sólo es posible donde existe la
libertad. Por ello ni los dioses ni las criaturas de la naturaleza necesitan de
la Ética; los primeros porque lo pueden todo, son omnipotentes; los segundos
porque actúan necesariamente en forma mecánica, con la laboriosidad de la
hormiga o de la abeja, la que, aunque admirable en estas especies, sería
deplorable en el ser humano si actúa sin conciencia de su finalidad.
El ser humano se diferencia del resto
de las criaturas por conferir una finalidad consciente a sus acciones; y aunque
no siempre lo haga y con frecuencia actúe mecánicamente, siempre tiene la
posibilidad de darle uno u otro sentido a sus acciones y de reaccionar de una u
otra manera ante los acontecimientos que le afectan. Si bien es cierto que no
puede decidir sobre todas las cosas que le pasan, pues hay cosas que ocurren
sin su voluntad y contra su voluntad, sí puede decidir cómo reaccionar ante los
acontecimientos. En eso consiste su libertad.
En eso consiste la
Filosofía, y particularmente la Ética, en dar la posibilidad de conferir
sentido a su actuar y de adoptar determinada conducta ante las cosas que le
ocurren. La libertad, pues, es la posibilidad de decidir entre varias opciones;
es, decía Hegel, la conciencia de la necesidad, y en este sentido es el
fundamento de la Ética, entendida como el conjunto de normas o reglas prácticas
que dan sentido y caracterizan nuestro accionar. Ética viene del griego Ethos,
que, como ya dijimos, podríamos traducir como carácter.
La Moral es una
categoría subjetiva de carácter individual que establece una obligación que
debe cumplirse de forma necesaria independientemente que los resultados sean
beneficiosos o perjudiciales. Es el concepto kantiano y moderno de Moral: el
deber por el deber, el imperativo categórico que no admite apelación ni cálculo
acerca de los beneficios o perjuicios que una determinada acción pueda
producir. Se parte de la existencia de un Código Moral en el cual hay
imperativos categóricos que el sujeto debe cumplir, aunque el cumplimiento de
los mismos le produzca un daño y un perjuicio de carácter personal.
La Ética, por su
lado, es una parte de la Filosofía que consiste en el conocimiento del
comportamiento moral y en el porqué de la existencia de esas categorías y
principios morales: es decir, su justificación.
La Política viene del griego Polis,
el Estado-Ciudad que abarca tanto al Estado como a la Sociedad Civil. Y si bien
para Aristóteles en su obra La Política, esa forma de
asociación, el Estado-Ciudad era un hecho necesario y natural, su organización
y comportamiento, es decir, la Política, debía estar sometido a ese conjunto de
normas reguladoras de su conducta. Esto es, debía sustentarse en la Ética y
subordinarse a ella. He ahí la relación originaria en la filosofía griega entre
Ética y Política.
La política, en la obra del mismo
nombre de Aristóteles y en La República de Platón, es la
justicia; es el valor ético principal sobre el cual debe montarse el quehacer
político. El fin de la Política es obtener la justicia; el contenido de la
Ética es la justicia, y la justicia, según Ulpiano es: dar a cada uno lo suyo,
no hacer daño a los demás y vivir honestamente. El valor ético griego se
transforma posteriormente en el Derecho Romano en categorías jurídicas y
normativas.
Pero en el pensamiento griego la
Ética es la esencia de la Política. La política, para Aristóteles, es el arte
del bien común, por lo mismo, un ejercicio obligatorio para todo ciudadano
ateniense que como tal debía participar en el reflexionar y en el quehacer de
la polis griega. De esta manera la política no estaba
reservada solamente a una cúpula, sino que era parte normal del quehacer de
todo ciudadano, cualquiera fuera su función en la sociedad y en el Estado
griego.
En la Modernidad, sin embargo, ambas
categorías, la ética y la política, han sido excluyentes. La política moderna,
que, como ya vimos, data de 1513, fecha de aparición de El
Príncipe de Nicolás de Maquiavelo, arranca, precisamente, de la
supresión de la ética como categoría política y, correlativamente, de su
fundamentación sobre otros supuestos y no sobre los supuestos éticos que
estuvieron en su origen y en su razón primera. El mundo moderno día a día se
fue alejando cada vez más de los presupuestos morales en el quehacer político;
cada día la política se transforma en un valor en sí mismo y no en algo
subordinado y sustentado sobre los principios morales, y cada día sus errores y
horrores involucran a la humanidad en un torbellino que pareciera a veces
indetenible.
La crisis de la
política, al menos en su sentido clásico, es mundial, y, a mi modo de ver, uno
de los factores más importantes de la crisis de la modernidad. Quizás es en la
política donde más se ha visualizado la crisis de la modernidad. El mundo ha
visto la crisis de las ideologías, de la política, de la ética y de los
sistemas, consecuencia de lo que algunos llaman la crisis global del
racionalismo.
Estos arquetipos
entraron en crisis profunda, la que se expresa tanto en la devaluación del
pensamiento filosófico, político y sociológico como en la devaluación de la
idea misma de modelo y de arquetipo. Al devaluarse la idea de formulación
global, del cómo debe ser la política, el partido y la sociedad, se devaluó la
ideología como sustento teórico del accionar político. La ideología se erosiona
en tanto que ella elabora un modelo al cual la acción política debe sujetarse y
la realidad someterse. Esta crisis ha hecho volver los ojos a los griegos y a
ciertos valores que ellos sustentaron.
En lo que concierne
a América Latina, habría que decir que junto a estas exigencias, a mi juicio de
valor mundial, con respecto a la política y la democracia, hay que considerar
circunstancias específicas que están en el origen mismo de la formación de los
Estados nacionales. La Era Republicana en nuestro subcontinente se inicia a
partir de una ficción jurídico-política y de una fractura ética.
La fractura entre
el mundo formal y el mundo real, de la que habla Octavio Paz, separación
esquizoide del Derecho y la realidad, como la denomina Carlos Fuentes, ha
marcado la dificultad de la construcción y del funcionamiento apropiado del
sistema democrático en nuestras sociedades. Pero, además, habría que decir que
esta separación entre esos dos mundos no es un hecho casual, sino deliberado,
no es fruto sólo de una incongruencia estructural, sino de una intención
política de establecer en el texto jurídico, la Constitución, declaraciones de
principios sobre los que no hay ninguna intención de cumplir. Se dice lo que no
se hace para hacer lo que no se dice. Esta actitud premeditada ha constituido
la clave del origen del poder y del ejercicio político en los Estado-Nación
Latinoamericanos.
La revolución de
Bolívar que incluía originalmente tanto la independencia frente a España como
la transformación interna de la sociedad, fue realizada sólo en la primera
parte, siendo esta limitación una de las razones que impidieron la formación de
la gran Nación Latinoamericana, la utopía bolivariana fracasada en el Congreso
Anfictiónico de Panamá en 1826. El interés de las oligarquías criollas más que
realizar los sueños de Bolívar era el de llenar el vacío de poder que dejaba
España, manteniendo en lo posible las estructuras coloniales, y a la vez su
contrario, la retórica jurídica inspirada en las ideas de la Ilustración, el
liberalismo político y el constitucionalismo europeo.
La astucia del
poder económico para hacerse del poder político, y la ruptura ética a la que
nos hemos referido, fue, precisamente, no enfrentar las corrientes filosóficas
en boga, ni mucho menos el modelo político institucional –que suponía, no
obstante, la existencia de una sociedad diferente– sino adoptarlo como propio
en la retórica vacía de un derecho sin contenido real y en la demagogia de los
discursos de los líderes políticos que iniciaban así una escuela para formar
profesionales del engaño, dejando incólumes las estructuras económicas y
sociales, la visión anacrónica del mundo, en fin, la sociedad premoderna con
todas sus injusticias y odiosos prejuicios.
En términos
generales y salvo excepciones que confirman la regla, en la historia
republicana de América Latina la institución ha existido débilmente; existe más
como mecanismo externo, como instrumento para facilitar el ejercicio del poder.
La historia de América Latina ha sido de escepticismo acerca del principio de
legalidad. Salvo excepciones, se puede decir que casi nadie, ni gobernantes ni
gobernados, han creído en el principio de la legalidad. En el mejor de los
casos lo han utilizado para dar cierta apariencia a las decisiones y acciones de
facto.
Pero el problema es
todavía más profundo, pues no sólo no se ha fundado nuestra legitimidad
política en el principio de legalidad, sino que en no pocas ocasiones se ha
usado éste como si se creyese efectivamente en él y se ha construido a su
alrededor un discurso de legitimación del Derecho y de la constitucionalidad en
el cual no creen ni quienes lo dicen, ni sus partidarios, ni sus adversarios.
Se genera así una nueva esquizofrenia de la fractura y separación de dos
universos: el universo de la práctica y el universo del discurso. Se crea así
una especie de regla implícita, una suerte de “ética” política tácita en la que
el discurso no sirve para expresar, sino para encubrir.
En el fondo
permanece como precipitado de nuestro actuar la idea de que la fuerza es la
verdad de la historia, su razón de ser, cualesquiera que sean las formas o
reformas, los textos o pretextos con que se la quiera recubrir. El ethos no
está aquí expresado en el derecho, sino encubierto por éste, la norma no
expresa la voluntad general, sino que la oculta en una declaración retórica. La
necesidad de la legitimidad y de la institucionalidad jurídica y política es un
imperativo impostergable, en mayor o menor grado y de acuerdo a sus
especificidades, para las naciones de América Latina.
En cuanto a la
circunstancia que se refiere al proceso de estandarización planetaria, habría
que decir que éste no sólo fija las reglas de las economías nacionales
subordinadas como nunca antes, a los centros hegemónicos y las tendencias
dominantes de las relaciones económicas internacionales, sino que incide
también en las organizaciones sociales, políticas y culturales de carácter
nacional y en la propia definición de la política con la que se inauguró la
modernidad.
Dentro de este orden
de ideas es perceptible que la autonomía de la política se debilita por la
determinación que sobre ella ejerce la economía; y el Estado-Nación pierde
autonomía por la transnacionalización de los procesos, a la vez que se endurece
ante la sociedad nacional como fuerza transmisora de las políticas
transnacionales. La transnacionalización y globalización de la economía están
llevando a la transnacionalización de la política y por ende del poder y del
Estado-Nación, su principal instrumento, cuya naturaleza y estructura se ven
afectadas en la práctica por esos mismos fenómenos.
Ante una situación
semejante, además de la cooperación Norte-Sur, pareciera imprescindible
desarrollar una estrategia de cooperación Sur-Sur. Formular propuestas
alternativas de desarrollo a partir de políticas sociales, de estabilidad,
generación y promoción del empleo y propiciar políticas de inversión de capital
para aplicarlo a la producción y a la productividad. Políticas nacionales de
educación y de coordinación de éstas con las estrategias de desarrollo nacional
y regional.
Pareciera necesario
para los países de América Latina, con las diferencias que cada situación
establece, combinar armónicamente la economía de mercado y el papel del Estado
como impulsor de medidas que garanticen la justicia social, el empleo y la
adecuada distribución del ingreso. De importancia se percibe la formulación de
mecanismos específicos orientados al fortalecimiento y desarrollo de la
Ciudadanía, como eje central del quehacer político actual para los países de
América Latina y para recuperar la congruencia ética, el ethos, en
la relación entre representantes y representados.
En cierto sentido
estamos viviendo una crisis de la política que yo formularía en cinco tesis,
acompañada cada una de ellas de su propuesta respectiva.
Tesis # 1: Hay una
crisis de representatividad. Los representantes no representan los intereses de
los representados. Se requiere que los representantes recuperen parte de la
representación. Esto implica todo un diseño teórico e institucional de
Participación Ciudadana y de democratización de los Partidos Políticos para que
los representantes actúen, más que como correa de transmisión de la voluntad de
sus Partidos Políticos, como expresión de la voluntad popular que representan.
Tesis # 2: Hay una
crisis de legalidad y de institucionalidad. Se negocian la Ley y las
Instituciones en los Pactos Políticos. Debe fortalecerse el imperio de la Ley y
la presencia de las Instituciones en todo el desarrollo de la vida social y
política de los países.
Tesis # 3: Hay una
crisis de legitimidad. La Ley y las Instituciones, en aspectos esenciales, no
representan la voluntad general, sino el interés particular. La Ley formalmente
válida debe responder al interés colectivo. Toda legalidad por tanto debe ser
al mismo tiempo legitimidad.
Tesis # 4: Hay una
crisis de la conciencia de la institucionalidad sobre la cual hemos tenido una
percepción crepuscular. La comunidad debe percibir que la Institución es la
causa y el cauce del poder, el Derecho un sistema de límites al poder, y el
poder lo que la Ley dice que es el poder.
Tesis # 5: Es
necesario sustentar la recuperación de la legalidad y de la legitimidad en un
nuevo Contrato Social del cual emane el sistema jurídico, político e
institucional. Ante un Estado debilitado integralmente frente a las políticas
económicas externas, endurecido frente a sus propias comunidades nacionales, la
Sociedad Civil, depositaria del pasado y de las posibilidades del futuro,
estaría llamada a jugar un papel preponderante en este nuevo acto del drama latinoamericano.
El tratamiento del
fenómeno político nuevo que surge de la crisis de la Modernidad debe
permitirnos pasar de la política como privilegio de pocos, a la política como
ejercicio de todos; de la política como arte de la concentración del poder, a
la política como arte del equilibrio del poder. En resumen, de la política como
arte del poder, a la política como arte del bien común, entendido este último
en términos de libertad, justicia social, democracia y Estado de Derecho.
La política ha
sufrido profundas modificaciones ante las también profundas transformaciones
mundiales, y aunque no pueden generalizarse todas las situaciones particulares
en una sola situación global, sí pueden señalarse grandes tendencias que
contribuyen a caracterizar el acontecer político contemporáneo. Sin ser
exhaustivos y sin pretensiones de agotar el tema, creo, no obstante, que pueden
hacerse algunos señalamientos básicos que permitan una visión más clara del
problema. Se trata de identificar algunos temas del acontecer mundial de
nuestro tiempo que a la vez son expresión no sólo de la crisis política, sino
también de la crisis ética contemporánea. Entre ellos podríamos señalar los
siguientes:
No cabe duda que
una de las tendencias mundiales más relevantes es la de la globalización,
entendiendo por tal, a los procesos encaminados a uniformar la sociedad, en lo
que concierne a la aplicación de políticas generales, sin hacer diferencias
importantes en atención de lugar, historia, cultura y circunstancias
específicas. El mundo globalizado en el neoliberalismo político y en el
capitalismo económico es el fin de la historia, devenido célebre por la obra de
Francis Fukuyama, mundialmente conocida, The End of History and The
Last Man, publicada a comienzos de la década de los 90. Es claro que la
globalización conlleva la uniformidad de procesos y medidas, no así de
condiciones económicas y sociales cuyas diferencias se profundizan cada día
más.
Frente a las
tendencias de la globalización neoliberal ha surgido un movimiento mundial que
busca una alternativa de desarrollo a las políticas neoliberales, ofreciendo,
en primer lugar, resistencia a la pretensión uniformadora del Mercado Total,
reivindicando la primacía de lo social por sobre un determinismo económico
mecánico y ciego, y procurando que esta idea fundamental de justicia social sea
planteada y asumida también a nivel global. Es otra forma de globalización.
La más notable
expresión de este movimiento es el “Foro de Porto Alegre” que reúne
periódicamente a pensadores, políticos y activistas de todo el planeta. Al fin
y al cabo lo que se pretende con este movimiento es otra forma de
globalización, una mundialización de signo contrario a la que impulsa el
neoliberalismo.
Por otra parte, y
como la otra cara de la moneda, no sólo distinta, sino brutalmente
contradictoria y paradójica, pero igualmente unida de manera indisoluble a las
nuevas formas de la realidad mundial, se presentan las reducciones
etno-culturales, las microsociedades en las cuales reviven con una naturaleza
tribal distintas formas de fundamentalismos religiosos y raciales excluyentes,
autoritarios y herméticos.
La antípoda de la
globalización –más que el movimiento que ofrece resistencia a la globalización
neoliberal a partir de una formulación de signo contrario pero igualmente
global– es el fenómeno de las microsociedades y etnoculturas que plantean un
tipo de fragmentación exclusivamente multicultural, por la pluralidad de
expresiones que la conforman, pero no intercultural, es decir que conlleve el
concepto de relación y acción recíproca. Ello debido a que por lo general son
unidades cerradas, sin capilaridad ni vasos comunicantes con las demás, y
ofrecen un cuadro de aislamiento, intransigencia y fanatismo, que es sin duda un
componente real en la compleja estructura del mundo contemporáneo.
Ante estos dos
fenómenos extremos: la macro-sociedad globalizada y la microsociedad cerrada,
coexiste una masa heterogénea de Estados Naciones que sin perjuicio de sus
diferencias económicas, sociales y culturales, tienen, no obstante, como
denominador común, el pertenecer al que se ha llamado el mundo del
subdesarrollo formado por sociedades que habitan en un mundo formal moderno,
desde el punto de vista de la retórica de sus declaraciones constitucionales,
que demás está decir, en la mayoría de los casos no se cumplen, y otro real,
económico y social situado, a diferentes distancias, más acá de las fronteras
de la modernidad.
Cómo establecer una
Teoría Universal de la Política y la Democracia que sea capaz de conciliar los
diferentes planos de la realidad mundial, que en verdad son diferentes tiempos
y espacios, y de conciliarla en ambos aspectos, el teórico y el práctico, es
uno de los desafíos más importantes de la filosofía política contemporánea y,
en consecuencia, uno de los retos más acuciantes ante el fenómeno político.
Más que la idea de
guerra de civilizaciones de la que habla Huntington, y que supone grandes
unidades culturales, sistémicas y axiológicas que se disputan una visión
integral del mundo, a partir de la imposición de su propia cultura, religión y
valores, se trata de unidades menores, tribales y fundamentalistas, que aun
perteneciendo a una de las civilizaciones de las indicadas por Huntington en su
composición geocultural del mundo, tiene su propia visión que no siempre
coincide con la visión o el interés político de la civilización a la que
pertenecen.
Lo dicho
anteriormente se puede corroborar con lo que actualmente acontece en el mundo a
partir de los sucesos del 11 de Septiembre del 2001. La gran mayoría de los
países que forman parte de la civilización Islámica, están asociados, de buena
o mala gana, en la lucha que encabeza los Estados Unidos en compañía de los
países de la Unión Europea.
En realidad, la
situación mundial actual, más que expresión de una guerra de civilizaciones,
entre el Islam y el Occidente, es consecuencia de una guerra etnoreligiosa, que
como tal tiene una naturaleza propiamente cultural, de la cual ha derivado,
para los Estados Unidos y Occidente, un conflicto político y geopolítico. Es el
caso de la guerra Palestino Israelí que constituye el epicentro del conflicto
político mundial. Creo que este es el rasgo esencial de la crisis
contemporánea.
Lo dicho no
descarta, sin embargo, la posibilidad de que el actual conflicto, con las
características que lo identifican hoy en día, pueda devenir en una verdadera
guerra de civilizaciones. El que no ocurra así, dependerá de la capacidad de
los Estados Unidos y de Occidente de aislar a los fundamentalismos extremistas y
estructurar una solución política global para el Medio Oriente.
La crisis actual, más que crisis
política, es crisis de la política. La crisis política se da cuando, por alguna
circunstancia, en una sociedad determinada se rompe el equilibrio de fuerzas
del cual depende la estabilidad, sin que por ello se destruya ni la idea, ni la
misión de la política. La crisis de la política se produce, en cambio, cuando
esa tarea humana, esa condición natural de toda sociedad, pierde sentido y en
cierta forma, deja de ser necesaria. Creo que algo de esto es lo que hoy está
ocurriendo. En todo caso la crisis de la política es de diálogo y comunicación;
de olvido de que, como dice Heidegger, “Somos un diálogo desde que el tiempo
es. Desde que el tiempo surgió y se hizo estable, desde entonces somos
históricos. “Ser-en diálogo” y “ser-histórico”,
son igualmente antiguos, se pertenecen mutuamente y son los mismos”.
La política, tal
como se le ha entendido siempre, está dejando de ser la función imprescindible
que ha sido. Con todos los males que ha acarreado, resulta impensable una
sociedad que prescinda de la política. Al menos a partir de lo que los griegos
nos han enseñado sobre qué es la política y qué la sociedad, desde hace dos mil
quinientos años.
De acuerdo a esa
enseñanza, la sociedad es en esencia política y la política es en esencia
social. Todo lo político es social y todo lo social es político, esa relación
biunívoca es, precisamente, la ética.
La polis,
que es el mecanismo que produce la política con sólo su existencia y actuación,
era para los griegos la forma más compleja y elaborada de la sociedad. De ahí
que suponer que una comunidad humana, cualquiera que ésta sea, puede prescindir
de la política, o suponer que la política pueda darse al margen de la voluntad
social, significa incurrir en una contradicción en los términos, pues la
política no es otra cosa que la expresión de esa voluntad colectiva en la
prefiguración de los objetivos comunes y de los procedimientos y mecanismos
para alcanzarlos.
No obstante lo
dicho anteriormente, esta idea que, a pesar de todos los cambios en la
historia, ha mantenido su sentido esencial, está hoy en crisis al enfrentarse
no sólo a los cambios en el mundo, sino a un cambio de mundo. En lo esencial,
la idea de la política consiste en un movimiento de doble vía: la voluntad
social, fuente de la soberanía, que da origen y legitimidad al poder; y el
poder, así constituido, que debe, aunque con frecuencia no lo haga, tratar de
resolver los problemas de la sociedad y alcanzar sus objetivos comunes. La
política, así vista, es la encargada de responder y realizar las aspiraciones
de la comunidad. Es la más alta expresión de la voluntad colectiva, y, a la
vez, la posibilidad concreta de su realización.
Pues bien, es en
ese punto en donde se produce la ruptura epistemológica, para usar la expresión
de Bachelard, la fractura cualitativa a la que nos hemos venido refiriendo. Se
pretende que la política no sea más la expresión de la “Voluntad General”, para
usar la denominación de Rousseau, que origina y legitima el poder, ni el medio
para realizar las aspiraciones colectivas de la sociedad, de acuerdo con
aquella definición originaria de los griegos: “la política es el arte del bien
común”.
Las teorías
neoliberales y las doctrinas del Mercado Total, pretenden que el bien común
depende de forma exclusiva de las leyes del Mercado, que es quien realiza en la
historia el principio del Derecho Natural. La Revolución Tecnológica, por su
parte, ha sustituido a la política en su función de instancia mediadora entre
el poder y la sociedad. El salto cualitativo en el desarrollo de los medios de
comunicación, ha restringido el papel del partido de intérprete de los
acontecimientos nacionales y mundiales, y la crisis de las ideologías, que es
parte de la crisis más ancha del Racionalismo y la Modernidad, le ha cercenado
la posibilidad de formular propuestas globales de organización de la sociedad.
La Revolución
Tecnológica y las Doctrinas del Neoliberalismo, el Mercado Total y la
Globalización, han afectado mucho más a la política y a las ideologías que a
las religiones.
Por el contrario,
estas últimas, que no son formulaciones lógico-racionales, sino dogmas de fe,
se han fortalecido ante los fracasos del racionalismo para proporcionar la
felicidad y ante los embates de la razón instrumental en el siglo XX que ha
desembocado, en los Auswitch, Gulags, Kosovos, y las distintas formas del
“Capitalismo Salvaje”.
El retroceso de la
política y la crisis de la razón han fortalecido a los fundamentalismos. La
razón, y con ella el mundo, ha pagado muy caro la pretensión de transformarse
en una verdad absoluta y en una metafísica, y la ideología en una teología
secularizada. Ahora las guerras, como en los mejores tiempos de las Cruzadas,
se libran, de un lado y otro, en el nombre de Dios, sólo que hoy, con armas
sofisticadas de destrucción masiva.
Es claro que la
política no ha sabido tomar posición ante las profundas transformaciones de los
tiempos, es claro también que no puede ni debe recuperar literalmente viejas
funciones que ya no tienen sentido, ni viejos privilegios, en buena hora
desaparecidos. Pero sí debe de encarar los retos actuales, reformular sus
objetivos y los medios para alcanzarlos y recobrar la dignidad que le
corresponde de acuerdo a su misión. Pero si el Mercado con sus leyes inmutables
e inapelables, erigido en nueva divinidad, es quien debe decidir el destino de
la historia y la sociedad, tal como intencionadamente se tratan de presentar
las cosas, entonces ni la voluntad colectiva crea el poder, ni la política,
acto consciente y voluntario, es el instrumento idóneo para dar, o al menos
buscar, las respuestas apropiadas a los problemas de la sociedad. Si esto es
así, la ética habría muerto.
Mutilada la
política de su misión natural, de su objetivo esencial y del sentido de su
acción, se transforma fácilmente, ahora a partir de esta modalidad, confirmada
por el resultado de sus acciones, en un oficio desprovisto de todo fin
teleológico y de toda trascendencia y, por lo mismo, separado radicalmente de
la ética. Por eso, el reto de hacer política hoy, es en el mejor sentido de la
palabra, el reto de hacer la política, restaurando sus numerosas
fracturas y, sobre todo, reconociendo en ella su finalidad y trascendencia
orientada al bien común.
Esto significa
también, trascender la idea y la práctica de la política entendida como el arte
del poder por el poder. No hay que olvidar, como señala Andrés Pérez Baltodano,
que “la grandeza de los pueblos y de las sociedades no se crea a través de la
aceptación de la realidad, sino como producto de la voluntad para crear historia”.
La democracia es
una creación de la política, de la imaginación, observación e inteligencia del
ser humano; no es la consecuencia de un mecanismo automático regido por leyes
ineluctables, sino producto de la angustia y la esperanza, de la voluntad y la
fe ante la necesidad del hombre de sobrevivir en la historia. Es importante
entender, como plantea Andrés Pérez Baltodano en su Prólogo a mi libro Los
Dilemas de la Democracia, que el pensamiento democrático es un intento de
promover la libertad dentro de los límites que sirven para proteger el bien
común. Esto significa que no podemos aceptar la libertad de uno contra la
libertad de todos, ni la libertad de un grupo a costa de la libertad de los
demás.
Pretender hacer de
la política el resultado automático de un aparato regido por leyes autónomas
que supuestamente obedecen a su propia necesidad, es rechazar la dignidad del
ser humano y desconocer el drama del acontecer histórico. La teoría del Fin de
la Historia en su sentido más profundo consiste en eso: en hacer depender el
curso de los acontecimientos de un mecanismo abstracto, de una estructura que
siendo creación del ser humano desde que la idea original del trueque necesitó
del espacio necesario para multiplicar la operación, se pretende independiente
y autárquica.
Desde este punto de
vista, la crisis de la política es una crisis ética, desde el momento mismo que
su desplazamiento por el mercado significa la exclusión del ser humano en la
construcción de su propio destino y, en consecuencia, la supresión de todo
sentido teleológico y de toda trascendencia de su propia acción.
El destino de la
política está estrechamente ligado al destino de la democracia. La restitución
de la idea de la democracia a su sentido más pleno como expresión de la
voluntad colectiva, es también la restitución de la idea de la política, en
tanto construcción de consensos y definición de marcos institucionales que
hacen posible la existencia de la sociedad y el Estado. En este sentido,
conviene recordar que, como dice Federico Mayor Zaragoza, “la democracia
verdadera no consiste en contar ciudadanos; sino que los ciudadanos cuenten”.
El contenido
esencial y estratégico de la política, hoy, debe ser el de la construcción de
la democracia que exigen los tiempos que estamos viviendo. Democracia como idea
del Estado y la ciudadanía y de las necesarias relaciones entre ambos, pues el
Estado, es la forma más compleja y orgánica de la sociedad.
Los contenidos de
la política deben orientarse a la reestructuración de las profundas rupturas en
el Estado, la sociedad y la economía, y en la elaboración del diseño de un
nuevo sistema que inevitablemente debe construirse si se quieren preservar
algunos de los valores fundamentales de la civilización. La acción política en
su mejor sentido debe responder a la ética, a una idea teleológica, necesaria
para restablecer o crear los referentes comunes de la sociedad de nuestro
tiempo.
La idea de la
política y la democracia incluyen las ideas de: la gobernabilidad democrática,
desarrollo humano sostenible, sistema institucional, capacidades políticas,
económicas y sociales y arquitectura social en la que todos se sientan partícipes.
Asimismo, requiere construcción de consensos, sistema de seguridad jurídica,
verdadero Estado de Derecho, legalidad con legitimidad e interdependencia entre
los aspectos económicos, políticos, sociales, culturales y medioambientales y,
sobre todo, honestidad en el desempeño de la función pública.
El Nuevo Contrato
Social para modernizar la sociedad requiere la concertación institucional,
educativa, económica y social, Sociedad Civil autónoma, sistema de partidos
modernos y un sistema institucional que propicie tanto la eficacia económica
como la equidad social. Como señala Joan Prats Catalá, “un número creciente de
filósofos políticos insiste en la necesidad de un criterio moral para la acción
colectiva. Para ellos la gobernabilidad democrática debe contribuir no sólo a
un intercambio equilibrado y estable entre actores desiguales, sino también a
la justicia. Ello implica la búsqueda de nuevos equilibrios entre actores e
intereses, guiados por una idea de justicia y solidaridad que va más allá de la
mera cohesión social. No hay garantía de que la distribución de la virtud se
corresponda con la distribución de la riqueza, el poder o la competencia”.
Contribuir al diseño
del nuevo Estado y la nueva sociedad, lo mismo que al sistema de relaciones con
el Mercado, es uno de los grandes retos de la política y de la democracia en
nuestros días. Los grandes conflictos del mundo contemporáneo requieren de
soluciones políticas globales y específicas, lo que conduce a la búsqueda de
los términos apropiados de un Nuevo Contrato Social Planetario. Todo esfuerzo
de racionalidad política es ya, por sí mismo, un esfuerzo de restablecimiento
moral, de responsabilidad y compromiso con el sentido de dignidad esencial a la
naturaleza y función de la política. La búsqueda de un Nuevo Contrato Social
Planetario es imprescindible si se quiere evitar el caos, o el orden
autoritario y uniformador.
La identificación
de los referentes comunes que hagan posible la unidad en la diversidad, como
forma plural de convivencia intercultural, es tarea de todos: de los poderes
mundiales, de los líderes políticos y, por supuesto de los intelectuales. Ese
Nuevo Contrato Social, condición de una paz verdadera y de un sentido
civilizado de la vida, excluye la idea de una propuesta cerrada como
alternativa única que se impone a las otras, sea que se trate de una visión del
mundo proveniente de la cultura anglosajona, hispánica, asiática, musulmana o
de cualquier naturaleza que sea.
Los tiempos que
vivimos exigen más que cruzadas, acuerdos; más que afirmaciones herméticas,
imaginación: pues el futuro hay que imaginarlo para poder construirlo. La
solución no vendrá por el camino de los dogmas teológicos, ideológicos o
económicos, sino por la ruta de las concertaciones y acuerdos políticos, pero
también de una voluntad y una inteligencia capaces de identificar principios
comunes de valor universal, como son el derecho a la vida, a la dignidad,
libertad y justicia, con los valores propios de cada unidad cultural que
confieren identidad a las diferentes comunidades humanas.
La creencia de que
en política se es poseedor de la verdad absoluta ha sido la causa de los
Gulags, Kosovos y Auschwits. Esta es la mayor de las amenazas, cuando no la
mayor de las tragedias históricas. Por ello, como dice Lequier, “cuando uno
cree detentar la verdad, debe saber que lo cree, no creer que lo sabe”. La idea de civilización, al menos la idea deseable de civilización,
entendida más que como realidad, como exigencia ética y como construcción
conceptual, debe ser diferente a la de aquellas unidades cerradas,
introvertidas y cercadas de murallas medioevales que acertadamente identificaron,
cada uno en su momento, Toynbee, en su obra Un Estudio de Historia,
Spengler en La Decadencia de Occidente y más recientemente Huntington en The
Clash of Civilizations and the Remarking of World Order.
La idea de
civilización, debe ser la de la Unidad en la Diversidad, la de una síntesis que
no anule a las culturas particulares, pero que las trascienda, la idea de
confluencia e intercomunicación de culturas diversas, que son huella y
testimonio del paso del ser humano sobre la tierra, de su presencia y
permanencia en el tiempo, a pesar del tiempo.
En algún sentido,
sea de forma directa o indirecta, lejana o cercana, todos somos herederos de
todo. En cada uno de nosotros, en cada cultura y en cada civilización hay
presencia de plurales visiones, de diferentes formas de entender el mundo. Cada
ser humano es síntesis de múltiples expresiones, cada tiempo que se vive, es
vértice de otros tiempos ya vividos y será base, antecedente o condición de
otros vértices futuros.
Toda cultura es
síntesis, toda civilización es proceso de integraciones continuas, por eso, la
actitud que debemos asumir es aquella que tienda a la inclusión y no a la
exclusión, a la incorporación de valores plurales y no a la negación hermética
de las diferencias.
Además, está la
solidaridad con los excluidos, como principio ético, pues como dice Albert
Camus, “uno no puede ponerse al lado de quienes hacen la historia, sino al
servicio de quienes la padecen” y como recuerda Oscar Wilde, “donde hay dolor
hay un suelo sagrado”.
La política y la
cultura, que en el fondo deberían ser la misma cosa, difieren en los métodos y
en los tiempos, que son, entre otros, los mecanismos para lograr esas
conjunciones y para realizar esos procesos de síntesis. La política, impulsando
las estrategias y tácticas que conduzcan a los acuerdos y concertaciones que
hagan posible el Contrato Social y por ende la convivencia entre las personas y
las comunidades; la cultura, sazonando los procesos de cambio y constatando las
sedimentaciones históricas que van creando el patrimonio de sociedades
particulares y de todo el género humano.
La democracia es un sistema político,
pero sobre todo, como decía Aranguren, es “un sistema de valores”. En este sentido, no
sólo es una forma en la que la política se organiza y organiza la sociedad y el
Estado, sino también una ética que da a ambos un sentido teleológico y que hace
de la democracia y la política, una axiología, una corporación de valores que
las humaniza y les confiere dignidad.
Para seguir ahondando en el tema a
continuación podrás escuchar a Fernando Savater acerca de su
opinión sobre Ética y Valores.
Descargar:
"Ética y Política" Fernando Savater
https://youtu.be/eH0V2MdHqTM
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¿Qué relación existe entre la ética y la política?
ResponderEliminarOdalis Arellano
C.I: 26831884
La relación que existe entre estos dos términos, es que en la ética al igual que en la política se toman decisiones de gran importancia para la sociedad. Ademas que tanto la ética como la política consisten en respetar el espacio de las demás personas.
Como por ejemplo: La corrupción es un problema de ausencia de ética y un problema político? Aristóteles decía que la política y la ética siempre iban de la mano, pues ambas trataban la “filosofía de las cosas humanas”. Aunque posteriormente ambos conocimientos se separaron en disciplinas distintas.
Miguel Gil
ResponderEliminarC.I 23.926.815
La relación entre ética y política es estrecha, es desde el origen, porque las dos competen a la acción humana, y no hay ninguna acción humana que pueda prescindir de criterios éticos, la ética no va estar a nivel de dar medidas políticas, no es su rol, pero sí de orientar y discernir lo que es humanizante y deshumanizante en la política y proponer ohacer vislumbrar mejores formas de vivir en sociedad.
La ética, enriquece la política puesto que la alimenta de utopía y también de sentido crítico, finalmente le da mucha mayor legitimidad que si no estuviera. Porque con tanta corrupción en la política la gente pierde la fe, la confianza en los políticos, y eso es muy dañino para la sociedad y finalmente se crea un ambiente en el que todo vale, y en el que uno se mete en política para ganar algo personal y no necesariamente para trabajar por el bien común, y eso a la larga es un daño enorme a la sociedad, es lo que estamos viviendo ahora en el país.
Rosangel Marichales
ResponderEliminarV-26122474
Contaduría
¿Qué relación existe entre la ética y la política?
Las dos Ciencias son parte de la Filosofía. La Ética tiende a poner en práctica los valores que hacen al bien común. La Política permite cambiar con la participación del pueblo y sus ideas, métodos, modelos la situación de un país, para conseguir bienestar para todos.
La política necesita estar basada en los valores éticos y morales de cada persona, es decir, un gobernante debe sentir el amor por la sociedad para poder gobernar adecuadamente a través de la política.
Si un gobernante no siente aprecio y amor por la sociedad, no la gobernaría, sino que la destruiría.
Cuando un gobernante no tiene amor por la sociedad sino que simplemente busca fines económicos, se da la corrupción, y eso no es política.
Yubiry Canelon 25.032.807 Contaduria 5to semestre
ResponderEliminarLa relación entre ética y política en la democracia moderna no deja de ser tensa y peligrosa, ya que esta última introduce un fuerte relativismo moral que, si bien permite la coexistencia en un plano de igualdad de las distintas concepciones propias de toda sociedad compleja, no puede ser sostenido en el campo de la política. Es aquí cuando el poder, al penetrar la dimensión ética, introduce en ella la más grande distorsión, ya que el discurso de la ética se convierte en una mera forma de justificación del poder. Esto es lo que hace que la constante tensión entre ética y política nunca tenga un modo único o, incluso, satisfactorio de resolución. Sólo la implementación de una lógica argumentativa que parta del reconocimiento de la precariedad y ambivalencia que se entabla en la relación entre ética y política puede servir de resguardo ante aquellas distorsiones que, en nombre de la primera, planteen el riesgo de cercenar desde el poder del estado los espacios de libertad.
gledibell eligon - contaduría publica - 5to semestre
ResponderEliminar¿Qué relación existe entre la ética y la política?
La relación entre ética y política es precisa, es desde el origen, porque las dos competen a la acción humana, y no hay ninguna acción humana que pueda prescindir de criterios éticos, la ética no va estar a nivel de dar medidas políticas, no es su rol, pero sí de acomodar y entender lo que es humanizante y deshumanizante en la política y plantear mejores formas de vivir en sociedad.
La ética, atesora la política puesto que la nutre de fantasía y también de sentido crítico, finalmente le da mucha mayor legalidad que si no estuviera. Porque con tanta corrupción en la política la gente pierde la fe, la confianza en los políticos, y eso es muy dañino para la sociedad y posteriormente se crea un ambiente en el que todo vale, y en el que uno se mete en política para ganar algo personal y no necesariamente para trabajar por el bien común, y eso a la larga es un daño enorme a la sociedad, es lo que estamos viviendo ahora en el país.
Felizmente se empieza a devolver esto porque creo que ahora hay una resistencia moral y eso me parece que es muy positivo, hay un comienzo de rechazo a la corrupción que espero que se vuelva en que no haya votación para los corruptos o sea no votemos por corruptos, es lo mínimo que podemos pedir.
César Ramos - 19.999.384
ResponderEliminarAdministración
¿Qué relación existe entre la ética y la política?
- La relación entre ética y política en la democracia moderna no deja de ser tensa y peligrosa, ya que esta última introduce un fuerte relativismo moral que, si bien permite la coexistencia en un plano de igualdad de las distintas concepciones propias de toda sociedad compleja, no puede ser sostenido en el campo de la política. Es aquí cuando el poder, al penetrar la dimensión ética, introduce en ella la más grande distorsión, ya que el discurso de la ética se convierte en una mera forma de justificación del poder. Esto es lo que hace que la constante tensión entre ética y política nunca tenga un modo único o incluso satisfactorio de resolución. Sólo la implementación de una lógica argumentativa que parta del reconocimiento de la precariedad y ambivalencia que se entabla en la relación entre ética y política puede servir de resguardo ante aquellas distorsiones que, en nombre de la primera, planteen el riesgo de cercenar desde el poder del estado los espacios de libertad.
Ejemplo:
- La política es el ejercicio del poder, de relaciones de poder, donde se toman las decisiones mas importantes de una sociedad ahí entraría la ética como objeto de reflexión de respetar el espacio del otro, de gobernar para la mayoría y no para robar los recursos públicos.
Gustavo Alviarez
ResponderEliminarC.I: 24224522
5To semestre
¿Qué relación existe entre la ética y la política?
R: tienen una relación muy similar ya que la ética trata sobre toma de decisiones sin afectar a otro al igual que la política pero con la diferencia en que la política tiene una responsabilidad mayor ya que si toma una decisión inadecuada afectaría a todo un país y seria anti-ético.
yusveily oropeza
ResponderEliminarAdministración de empresas
R= La relación que se tiene entre la política y la ética es que la ética nos define como debemos comportarnos dentro de una sociedad para ser aceptados y la política no coloco los parámetros quedemos seguir para no romper reglas o reglamentos que se manejen en esa sociedad es por eso que la relación que tiene es que permite desarrollar un conjunto de estrategias donde puedan sobrellevarse y el ser humano como es capaz de ser un SER PENSANTE pueda ejecutarlas, donde la idea que enlaza ambas parte es que es la manera que una civilización pueda crecer y a medida ir evolucionando.
Un ejemplo seria que la ética permite tomar decisiones porque nos muestra lo bueno y lo malo y la política nos muestra las reglas que debemos tener presente para realizar o ejecutar alguna actividad dentro de nuestro entorno, como serían las votaciones presidenciales donde se ve claramente que las personas eligen lo que consideran mejor para el país y la política debería cumplir todas aquellas necesidades que según plasmaron en las elecciones presidenciales para dar ese voto de confianza a la población.
Kelwin Alejandro Correa
ResponderEliminarV- 24.888.641
ADMINISTRACIÓN (5º SEMESTRE)
¡QUE RELACIÓN EXISTE ENTRE LA ÉTICA Y LA POLÍTICA?
La relación entre ética y política ha sido, a través de la historia, por lo general, tensa; y hoy lo es aún más, en países en los que se pretende implantar una utopía como el socialismo o, mejor dicho, el comunismo.
Para imponerle a la sociedad la cura de sus males, en estos regímenes se ha recurrido a argumentos éticos y morales, con base en los cuales se lograría el mayor estado posible de felicidad en todos.
Estos regímenes han terminado fracasando, cuando se hace evidente para la sociedad, que no hay correspondencia entre los propósitos éticos y morales, con la actuación política de los nuevos dirigentes.
En la Roma antigua se decía que no importaba que la mujer del César fuese honesta si no lo parecía. Hoy, si se proclaman valores universales como la justicia, la libertad, la igualdad, la fraternidad, la inclusión y la tolerancia y, en la práctica, se actúa de manera contraria a esos valores, la reacción de los integrantes de la sociedad no tarda en manifestar su repulsa por el engaño.
Recuperar los principios de la ética es fundamental para lograr la mayor felicidad posible de todos los miembros de la sociedad.
La ética es esencial porque trata precisamente del comportamiento de las personas, nos indica cómo debemos comportarnos en sociedad y nos enseña, no solo nuestros valores personales, sino a respetar los derechos y valores de cada persona, es decir, a tratarlos de igual manera, sin discriminación por estatus social, económico o político.
La ética y los valores deben ser enseñados por los padres a sus hijos y, si estos no lo hacen, lo que surge es el afán de la auto-complacencia y la eterna búsqueda de la riqueza material para satisfacerla.
Por eso es tan importante, para lograr cambios significativos en cualquier sociedad, propiciar una buena formación ética, porque ella ayudará a crear mejores personas, que se convertirán, con el tiempo, en modelos para otros.
En cambio, si prevalecen las malas acciones y comportamientos, por parte de los dirigentes, esa actitud negativa se propagará como una metástasis a la sociedad en su integralidad.
anyi gil
Eliminarv-21358226
contaduria
QUE RELACION EXISTE ENTRE ETICA Y POLITICA?
- La relación entre ética y política en la democracia moderna no deja de ser tensa y peligrosa, ya que esta última introduce un fuerte relativismo moral que, si bien permite la coexistencia en un plano de igualdad de las distintas concepciones propias de toda sociedad compleja, no puede ser sostenido en el campo de la política. Es aquí cuando el poder, al penetrar la dimensión ética, introduce en ella la más grande distorsión, ya que el discurso de la ética se convierte en una mera forma de justificación del poder. Esto es lo que hace que la constante tensión entre ética y política nunca tenga un modo único o incluso satisfactorio de resolución. Sólo la implementación de una lógica argumentativa que parta del reconocimiento de la precariedad y ambivalencia que se entabla en la relación entre ética y política puede servir de resguardo ante aquellas distorsiones que, en nombre de la primera, planteen el riesgo de cercenar desde el poder del estado los espacios de libertad.
Ejemplo:
- La política es el ejercicio del poder, de relaciones de poder, donde se toman las decisiones mas importantes de una sociedad ahí entraría la ética como objeto de reflexión de respetar el espacio del otro, de gobernar para la mayoría y no para robar los recursos públicos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGabriela Cascante
ResponderEliminarCI 84425101
¿ Que relación existe entre ética y política?
- Ambas al menos en su sentido filosófico y desde su propia identidad, tienden al mismo fin: el bien.
La política, desde Aristóteles, es considerada el arte del bien común; la ética, carácter y comportamiento atribuible a una comunidad determinada, la acción que persigue un fin. Ese fin es el bien. “El bien es el fin de todas las acciones del hombre” Por otra parte, la polis, formada por la conjunción de la sociedad y del Estado, tiene un carácter, una ética, que le es particular y que de alguna forma la prefigura. El ethos, carácter pero también conducta, identifica o caracteriza a una comunidad, a una polis de la cual proviene.
Ambos términos forman una unidad. No son la misma cosa, pero cada uno de ellos es parte necesariamente complementaria de esa unidad que es un todo, sólo posible por la convergencia y síntesis de sus partes. Cada una de ellas, para formar su individualidad, necesita el complemento de la otra. Toda polis tiene un ethos. En consecuencia, la política entendida como que hacer de la polis, como desarrollo de un conjunto de tácticas y estrategias, es el ámbito en el cual el ethos se realiza como ética. Para los Griegos, era un sin sentido la existencia de la política sin la ética, porque toda política, debe ser una ética en su desarrollo. Entre ambas hay una serie de nexos que hacen de ellas un complejo tejido: objetivo, intención, adecuación entre medios y fines, justificación racional del porqué y para qué de las acciones. La razón da sentido y legitimidad al conjunto de reglas
prácticas que forman la ética, pues es la respuesta al por qué y para qué de la acción humana; en tanto la polis, la sociedad, es la fuente de esas reglas prácticas que recogen los principios y valores que forman el ethos de una comunidad, cultura o civilización determinadas.
Por su parte los griegos nos enseñan que la comunidad política, la polis, era entendida como universalidad, es decir, el espacio en el que la razón construía la ética como valor universal. Esta
construcción se producía en el proceso en el que se relacionaban la singularidad del sujeto con la totalidad de la sociedad, la
particularidad individual con la plenitud de la polis.
ARIANGEL CALLENDER
ResponderEliminarC.I 27.571.294
ADMINISTRACIÓN
- la relación entre Ética y Política contiene una serie de
contradicciones claramente delimitadas. Por un lado, pensamos que la Ética
esta constituida por toda una serie de enunciaciones y principios que
generan un conjunto de obligaciones éticas y morales dirigidas al individuo o
individuos que aceptan las primicias como válidas. Por otro lado, la Política como
práctica se ve obligada a tomar decisiones que muchas veces son incompatibles con
los valores éticos y morales.
En este sentido, creemos que la Ética y la Moral aplicadas al ejercicio de la Política
no podrían producir, de ningún modo, valores éticos y morales que impulsen al
desarrollo de la “Buena Política” y al rechazo de la “Mala Política”. Consideramos
que los valores éticos se ubican antes de realizar cualquier acción política, porque
puede ser utilizada para fijar los medios para alcanzar fines determinados. la Ética que se sitúa dentro del Estado se emplea para el mantenimiento del
orden. A partir de este razonamiento, deducimos que la política toma
una dimensión ética en la medida que se adapta al ejercicio del monopolio de la
violencia, que se convierte en el medio que justifica el uso del poder para establecer
las reglas de justicia que garantizan la vida social ordenada dentro de la comunidad
política.
Winifer Linares
ResponderEliminarC.I:25.839.976
Desde mi opinión la política y ética no seria que se relacionan si no que tienen varios factores en común, ya que la ética se basa en una toma de decisiones entre decir que es lo correcto o incorrecto, mientras que la política se basa igual en una toma decisiones entre lo que es bueno y malo. La política es sucia y casi siempre es corrupta.
kelvin briceño . contaduria , 24982806
ResponderEliminarLa relación entre la ética y la política ha sido siempre un tema inevitable por una razón esencial: ambas, al menos en su sentido filosófico y desde su propia identidad, tienden al mismo fin: el bien.
ha esto podemos acotar , que tanto la ética o las decisiones que yo tome no para todos sera buena o malo , es algo con lo que yo me sienta feliz haciendo el daño menor posible , en política se busca hacer el mejor posible para todos ya que cada pais y region tiene políticas muy diferentes mientras que una se cumplen y otras no hay que tener en cuenta que la etica es toma de decisiones así como es en la política que quizas deciden mal o no lo hacen para el mejor bien de la comunidad o Estado es otra cosa , no obstante hay que tener en cuenta que los valores de los políticos están por los suelos y por eso mucho de ellos prefieren hablar de etica que en vez de valores.
Zurima Cabriles.
ResponderEliminarC.I. V-18271011
Administración de Empresas.
¿Qué relación existe entre la ética y la política?
la ética y la política son aspectos inseparables ya que forman parte de la naturaleza del hombre. ya que son dos ciencias que se ocupan del comportamiento humano, según Aristoteles la ética parte del análisis de la psicología humana y en el caso de la política acude al análisis de regímenes políticos concretos. también afirma que la ética se ocupa de las acciones humanas y que estas conducen al bien del hombre
BRIGNEY AGUILERA
ResponderEliminarC.I 24888563
CONTADURIA
1.- ¿Que relacion existe entre la etica y la politica?
la etica es como una disciplina que reflexiona sobre nuestras acciones morales como las causas o razones que conducen actuar de una manera a otra, la ética defiende y lucha por los derechos humanos y la política es el espacio de relación controlada por la competencia de unos u otros, es algo que nos afecta a todos en nuestra vida pasando a considerarse un aspecto humano, como el trabajo o la vida familiar.
Daniela González
ResponderEliminarCI: 27.659.723
Administración
¿Qué relación existe entre la ética y la política?
La ética y la política se relacionan entre sí, ya que en ambas es importante la toma correcta de decisiones, lo que define una conducta intachable y justa para así construir o proteger el futuro del ciudadano, para lo cual es necesario que estén presentes los valores y principios.
La relación que existe en la Ética y la Política es que abarca tanto al Estado como a la Sociedad Civil. es muy necesario tener Ética para así poder ejercer la Política con el fin de poner en marcha los valores y los principios. También para lograr tomar decisiones que ayuden a la ciudadanía a construir un mejor país. creando normas y obligaciones, para que todos los deberes se cumplan con tal exactitud que todos podamos tener una moral intachable.
ResponderEliminarSoraya Sánchez V.17.439.795 Administración.
ResponderEliminarConclusión
Introducción
La relación entre ética y política en la democracia moderna no deja de ser tensa y peligrosa, ya que esta última introduce un fuerte relativismo moral que, si bien permite la coexistencia en un plano de igualdad de las distintas concepciones propias de toda sociedad compleja, no puede ser sostenido en el campo de la política. Es aquí cuando el poder, al penetrar la dimensión ética, introduce en ella la más grande distorsión, ya que el discurso de la ética se convierte en una mera forma de justificación del poder. Esto es lo que hace que la constante tensión entre ética y política nunca tenga un modo único o, incluso, satisfactorio de resolución. Sólo la implementación de una lógica argumentativa que parta del reconocimiento de la precariedad y ambivalencia que se entabla en la relación entre ética y política puede servir de resguardo ante aquellas distorsiones que, en nombre de la primera, planteen el riesgo de cercenar desde el poder del estado los espacios de libertad.